Cuando un grupo se cuestiona a sí mismo, ha de buscar enemigos para reafirmarse. Todos los grupos que basan su identidad en atacar o degradar a otros, son víctimas de una baja autoestima y no creen realmente en lo que son.
El perro de Juan
Juan casi no pudo contener las lágrimas
mientras atravesaba, casi corriendo, el pasillo de la clínica del veterinario. Desde
que había recibido la llamada que le había sacado del trabajo, el corazón se le
había acelerado, y no conseguía calmarlo. No podía creer que su perro hubiera
muerto. Su perrito. Aquel que le cabía en la palma de la mano cuando lo trajo a
casa. No dejaban de venirle a la cabeza imágenes de los momentos cariñosos que
había tenido con el pobre animal. Cómo había aprendido a tocarle la pierna con
la pata cuando quería algo de atención. Como cuando Juan llegaba a casa, empezaba
a saltar y a mover el rabo de una manera muy graciosa, moviendo casi medio
cuerpo también. Y ahora ya no iba a hacerlo nunca más. No podía creerlo.
Entró al quirófano apresurado, y
cuando lo hizo, vio al veterinario de pie, mirándole con ojos tristes. El
silencio era tangible, más silencioso que nunca. Delante de él, la mesa. Y
encima de la mesa, el cuerpo sin vida de su perro tapado con una sábana verde,
manchada de sangre. La sangre del ser que más le había querido en el mundo.
Pidió al veterinario que le contara
lo que había pasado. Este tenía sus reservas, le dijo que era muy desagradable.
Aún así, Juan quiso saberlo. Aunque doliera. Tenía que saber lo que le habían
hecho a su perrito.
El veterinario le explicó que se habían
divertido torturando y matando a su perro. Que le habían rodeado entre varios, y
que seguramente el pobre animal habría buscado sin éxito alguna forma de salir
de allí. Le habían asustado y mareado, seguramente mientras el perro aullaba y
ladraba lleno de miedo. Los mamíferos tienen un cerebro no tan distinto al de
los seres humanos. El miedo y la angustia los sienten igual. Y por supuesto, el
dolor. Sienten el dolor de la misma manera que nosotros, su sistema nervioso es muy parecido al nuestro. Básicamente, siente el mismo dolor que sentiríamos nosotros. Juan no podía dejar de
imaginarse a su perrito sufriendo, llorando, gritando. Aterrado.
Después le habían clavado palos
afilados. Le dijo que el cuerpo estaba lleno de heridas hechas con estacas
punzantes, por las que había perdido mucha sangre, pero que seguramente esa no
había sido la causa de la muerte. La tierra rebozada con su sangre indicaba que
aún así se había resistido, intentando escapar, luchar por su vida. Pero no le
habían dejado escapar. Habían seguido divirtiéndose así. En un desfile sádico,
habían seguido asustándole hasta que finalmente le habían clavado un cuchillo
en el cuello, y que seguramente ese había sido el momento en el que el perro
había muerto por fin.
Le dijo que la barbarie había durado
probablemente bastante, por los signos de lucha y defensa en el cuerpo del
animal, y que después de muerto le habían mutilado, cortándole varias partes
del cuerpo. Además, el cadáver tenía signos de haber sido arrastrado por el
suelo a bastante distancia, seguramente lo habían atado a un coche o a una
bicicleta, y habían iniciado la marcha. Juan no podía creerlo ¿Cómo podían haberle hecho algo así a esa
pobre criatura para divertirse? Ese perro precioso que tenía mirada de persona, y que aunque no
fuera una persona, sentía como tal, y tenía un hueco, un hueco enorme en su
corazón ¿Cómo?
Juan le pidió al veterinario que
quitara la sábana. Le dijo que quería ver a su perro una última vez. El
veterinario le advirtió de que no era una visión agradable, dado el estado en
el que el animal había llegado allí, y le aconsejó no mirar. Le dijo que era
mejor recordar a su perro como lo había visto cada día, cuando estaba vivo.
Juan insistió. Quería verle. No. Necesitaba verle. Finalmente, el veterinario
accedió a regañadientes, y, despacio, descubrió la sábana verde para dejar al
descubierto el cuerpo del animal, con su negro pelaje cubierto de oscura sangre.
- Un
momento – dijo Juan – Ese no es mi perro… eso es un toro.
El veterinario se quedó perplejo y
miró al animal mutilado.
-
Ah, pues sí… es un toro, sí…
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Una maldición de odio y muerte
“Cómo
sois los periodistas… cogéis una tragedia y obligáis al mundo a vivirla, la
propagáis.”
Hideo
Nakata sentenciaba con esta frase la conclusión última de su película Ringu (H.. Nakata, 1998),
de la que fue remake la americana The ring (G. Verbinski, 2002).
Minutos antes, en la película, nos encontramos con una secuencia que parece
fuera de lugar, en la que la protagonista mira desde su balcón las ventanas del
edificio de enfrente, para comprobar que todas las casas tienen la televisión
encendida.
Naturalmente,
todos nos quedamos con el argumento de esta cinta de terror, una de las mejores
de los últimos tiempos, si no la mejor. Pero lo que Nakata pretendía transmitir
con la película, se resume en esa frase con la que he comenzado, en labios del
padre de una niña muerta que, tras sufrir una tragedia horrible en sus carnes,
propaga su odio y su venganza en forma de una maldición mortal a través de
cintas de video.
Si
uno pone la televisión a la hora de las noticias, y más aún si tiene uno el
valor de poner programas matutinos como Espejo público o El programa
de Ana Rosa, en Antena 3 y Telecinco respectivamente, se encontrará un
desfile de muertes, crímenes, maltratos y torturas, con todos los más jugosos y
morbosos detalles sangrientos y sensacionalistas. Nos encontramos a “periodistas”,
leyendo sumarios y archivos policiales, y remarcando con voz dramática cada
detalle sangriento, y casi parece que están salivando, que disfrutan. Luego, la
angelical presentadora dice “Es horrible…” y así se distancia el programa de lo
que acaba de hacer ¡Claro que es horrible, Susana, no lo cuentes! ¡No es
necesaria absolutamente para nadie esa información!
Da
la impresión, según las informaciones que aparecen en los medios de comunicación,
de que el mundo es un lugar horrible lleno de asesinos, violadores, pederastas
y maltratadotes de los que estamos rodeados por todas partes. Y según la
selección de noticias de estos programas, da la impresión de que esa gente con
ideas malvadas es la que predomina en la sociedad.
Ni
que decir tiene que no es así. Los trastornos, desequilibrios y circunstancias
que llevan a personas a cometer atroces crímenes escasean, pero esta
sobreexposición a esas noticias nos hace creer que es el pan de cada día.
¿Y
qué efectos puede tener esta sobreexposición?
Por
lo pronto, les damos a psicópatas con deseos enfermizos de popularidad, la
seguridad de hacerles famosos si logran que su crimen sea de los más
horripilantes. Pero esto no es el problema grave, ya digo, los psicópatas
enfermizos que desean cometer crímenes atroces existen, pero son pocos.
El
verdadero problema es la gente corriente, que tiene ya las muertes, torturas,
asesinatos a niños, violaciones, etc., como algo cotidiano, diario. Se da un
proceso de habituación, en el que estos sucesos horribles, que deberían
despertar horror en el espectador, cada vez lo producen menos. Y esa activación
de horror que tenemos las personas al conocer estas historias es necesaria,
forma parte de nuestra conciencia social y de nuestros procesos de aprendizaje.
Si perdemos las reacciones que se supone deben producir, estaremos negando un
sistema que nuestro cerebro había concluido que era útil tras miles y miles de
años de evolución.
Se
pierde la inocencia, se niega la bondad del ser humano. Se pinta el panorama
del mundo como un lugar hostil y peligroso, y la vida va degenerando en un “sálvese
quien pueda”, que mantiene al gran público con miedo, y dispuesto a dar lo que
sea con tal de calmar su miedo. Ese miedo se manifiesta en una ansiedad y en
una inseguridad, y el espectador quiere conocer todos los horrores y todos los
detalles prohibidos, escabrosos. El instinto primordial de conservación, nos
hace a los humanos tener cierta obsesión con la muerte, ya que nuestro objetivo
es evitarla, y sentimos una atracción, una adicción a estas imágenes e
historias. No es que nos gusten, es que nos dan miedo, y no podemos dejar de
mirar. Algo que expresó Alejandro Amenábar en otro gran clásico moderno, Tesis (A. Amenábar, 1996).
¿Por
qué no interesan las buenas noticias? ¿No estaremos, como temía Nakata,
propagando una maldición de odio y muerte a todos los hogares del mundo? ¿No
estarán ciertos medios de comunicación, de forma lenta y progresiva,
convirtiendo el mundo en lo que durante años dicen de él?
En la película con la que hemos empezado, esa niña, mientras su tragedia y sufrimiento se propaga por las televisiones, está encerrada en un pozo oscuro, sin que nadie vaya a rescatarla. Interesa más el horror, el miedo, la venganza. Mucho más que la tragedia en sí, la cual no hay intención de solucionar. Y si se soluciona, enseguida hay que buscar otra, mucho más sangrienta, mucho más morbosa. Y el círculo vuelve a empezar, como una maldición...
Jesucristo SuperSTAR
Si
hablo de alguien que nace de una virgen el 25 de diciembre en Belén, cuyo nacimiento es
anunciado por la estrella más brillante del cielo, estrella que siguen tres
viajeros para ir a visitar a ese alguien sobre el 6 de enero, que más tarde
muere en la cruz y resucita al tercer día ¿De quién estoy hablando? Estoy
hablando del sol, naturalmente.
Pongámonos
en la piel de las personas de la Antigüedad, sin todos los conocimientos astronómicos,
climatológicos, etc. El sol resulta algo de lo más asombroso. Una gran bola
luminosa que trae consigo la luz, el calor, y de hecho la vida (ya que es
durante el día cuando la gente hace su vida, y durante la noche cuando duerme,
cuando hay más peligros). No es de extrañar que cuando los seres humanos
comienzan a personalizar sus divinidades – esto es, en torno al 10.000 A .C. – le otorguen cualidades
divinas al sol. Y con el sol, se divinizan también sus compañeras del cielo,
las estrellas.
Volvamos
a nuestro nacimiento en Belén:
En
la eterna batalla entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, el sol “pierde”
la batalla desde el equinoccio de verano hasta el 21-22 de diciembre, día cuya
noche es la más larga del año. A partir de ahí, los días irán siendo un poco más
largos y las noches un poco más cortas hasta llegar al solsticio de verano. No es
de extrañar, entonces, que los antiguos dieran más o menos nuestro 25 de
diciembre como día de nacimiento del sol. Pero ¿Por qué el 25, si esto ocurre
el 21-22? Muy fácil:
El
25 de diciembre, Sirio, también llamada Alfa Canis Maioris o estrella de Este,
se alinea con las tres estrellas que forman el cinturón de Orión (también
llamadas los Tres Reyes), y apuntan, como el sobrenombre de Sirio indica, hacia
el Este, que como sabéis es por donde sale el sol. Estas tres estrellas del
cinturón de Orion se pueden ver de manera más clara y brillante el día 6 de
enero.
Y
astrológicamente ¿Por qué constelación nace el sol en esa fecha? Por Virgo, la
virgen, que tradicionalmente se representa como una mujer con una cesta de
trigo. En hebreo, Belén (Bêt Léhem) significa “casa del pan”, en lo que claramente
hay una referencia a la constelación.
Vamos
a la muerte en la cruz. Como hemos mencionado, la “muerte del sol” va
ocurriendo desde el equinoccio de verano hasta el 21-22 de diciembre, período
en que los días van haciéndose más cortos. El sol siempre sale por el Este y se
pone por el Oeste, pero realiza esta trayectoria cada vez más cerca de Sur
conforme va llegando el 21 de diciembre. Una vez llega este día, el sol se
detiene, y durante tres días no se mueve más hacia el Sur. Se detiene justo en
la constelación Crux, también conocida como Cruz del Sur, ahí tenemos la muerte en la cruz, donde pasa esos tres
días y después “resucita”. Los efectos visibles de esta “resurrección” del sol
aparecen un tiempo más tarde, en la Pascua, cuando los días son visiblemente más
largos, llega la primavera y la vida natural resurge.
Isis con Horus, María con Jesús |
Todo esto parece indicar que la historia de la Biblia sobre el nacimiento, muerte y resurrección de Jesucristo es una metáfora basada en estos fenómenos astrológicos, pero parece ser que la cosa viene de mucho antes. Este mito del sol no es cosa del cristianismo, existía en mitologías de culturas anteriores. En el
Antiguo Egipto, Horus es el sol de la mañana, que
lucha contra Set (las tinieblas), perdiendo la batalla cada noche y volviendo a
ganar al amanecer. Este personaje guarda demasiadas similitudes con Jesucristo (como muchos otros: Buda, Mitra, Atis, Dionisos, etc.) en cuanto al mito de su nacimiento y obra.
Pero
es en el Mitraísmo y con Mitra donde vemos esto con más claridad. Mitra, o el “Sol
Invicto”, es una deidad que personifica este mito basado en los mencionados fenómentos
astrológicos. Se le rindió culto sobre todo en el Imperio Romano entre los
siglos I y VI después de Cristo, y un gran devoto de este culto fue su emperador
Constantino I, que dijo haber tenido una iluminación divina antes de una
batalla, y convirtió a todo su imperio a la preocupantemente emergente Religión
Cristiana, dejando vestigios de esas creencias paganas (que ya habían dejado
rastro en el Cristianismo y otras religiones). Los atributos del pater -máximo nivel de iniciación en el Mitraísmo- eran el gorro frigio, la vara y el anillo, muy similares a la mitra (¡Anda, si se llama mitra!), el báculo y el anillo de los obispos cristianos.
Más tarde, en el año 325 D.C, Constantino dio forma al interesantísimo Catolicismo moderno, eligiendo qué evangelios sí y cuáles no, y qué dogmas de fe debía haber, mediante el Concilio de Nicea,
sobre el que haré un artículo próximamente, porque tiene mucha miga.
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Pepito López es zurdo
Pepito López es zurdo. No suele presentarse como zurdo ni es algo que aparezca en su carné de identidad, ya que, pese a escribir y manejar la mayoría de objetos con la mano izquierda, y dominar mejor la parte izquierda de su cuerpo, por todo lo demás es una persona de lo más normal.
Ahora bien, siguiendo unos criterios estadísticos, ser zurdo es lo menos común. Está claro que la norma es ser diestro, ya que la mayoría de los seres humanos lo son. La zurdera aparece en el reino animal (se suele decir que los osos polares son zurdos), pero la ciencia afirma que la mayoría de los animales con lateralidad, al igual que los humanos, son diestros. Por lo que podemos afirmar que, estadísticamente, ser zurdo es anormal. Rizando el rizo, ser zurdo es una característica que se desvía de la normalidad, así que podríamos afirmar que ser zurdo es una desviación.
De hecho, recientes estudios científicos han indicado como posibles hipótesis sobre las causas de la zurdera, anomalías genéticas, hormonales, e incluso pequeñas lesiones cerebrales durante el embarazo. Con lo que, podemos decir, ajustándonos a criterios clínicos, que es probable que ser zurdo sea una enfermedad incurable, o incluso una malformación.
Por lo tanto, Pepito López, por ser zurdo, no es normal. Es un enfermo y un desviado. Sin embargo, en toda su vida, Pepito López no ha oído nunca que nadie le llame anormal, enfermo o desviado. Es una persona totalmente integrada en su sociedad, que puede acceder a los mismos derechos (interesante palabra), empleos y escalones sociales que los diestros. Y esto es porque la sociedad occidental actual entiende que, pese a que los zurdos son anormales, desviados y probablemente enfermos, la zurdera no entraña ninguna maldad, dificultad o peligro. Que nadie se ve afectado porque otras personas sean zurdas y que, pese a esa diferencia, los zurdos son esencialmente iguales al resto.
Esto, por supuesto, no siempre ha sido así. Tradicionalmente, y en casi todas las culturas, el ser zurdo se ha visto como algo negativo, peligroso, diabólico o siniestro (del latín sinister, que significa zurdo), y se ha presionado a los zurdos para que lucharan contra su naturaleza zurda y fueran diestros, a veces a fuerza de castigos (lo que actualmente se sabe que es peligroso para el desarrollo de esas personas, y puede causar trastornos mentales y psicomotores). Incluso en España, y hasta bien entrado el siglo XX, los colegios de religiosas corregían a los zurdos, muchas veces a reglazo limpio. Todos estos actos discriminatorios han estado basados, casi siempre, en argumentos religiosos (en el cristianismo los buenos están sentados a la derecha de Dios), y en ciertas costumbres culturales (los musulmanes utilizaban la mano izquierda para limpiarse tras usar el retrete).
Pero en la actualidad, la cultura occidental tiene en cuenta que estas consideraciones pasadas eran incorrectas, y que no se deben tener en cuenta. Pese a que en algunos países, ser zurdo sigue estando mal visto, nuestra sociedad acepta que, aunque esas ideas sobre la zurdera sean tradicionales, no son válidas, al igual que las peleas de gladiadores o las crucifixiones, ya que las personas con sentido común entienden que la tradición no es motivo suficiente para continuar haciendo o pensando algo.
Así pues, Pepito López, que es zurdo, pese a ser un enfermo, un desviado y no ser normal, vive en una sociedad que no encuentra razones para discriminarle ni para negarle cualquier trato que reciben los diestros. Nadie le rechaza por ser zurdo, y no son necesarias asociaciones o protestas por parte de zurdos para conseguir derechos. Y a nadie se le ocurre (pese a que técnicamente puede ser correcto) llamarle anormal, desviado o enfermo, porque la gente entiende que son palabras con connotaciones negativas y discriminatorias que no se ajustan a una persona que es zurda.
Ah, por cierto, Pepito López también es homosexual.
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¡Paremos esta locura de copias ilegales!
Hola, soy Erasmo de la Escribequetescribe, presidente de la asociación de escribas de latín y lengua romance moderna (la AELLRM). Nuestro modelo de negocio ha sido siempre próspero y bien reconocido. Hemos llevado grandes obras literarias a mucha gente gracias a nuestras labores de transcripción. Sin nosotros, habría sido imposible que nadie llegara a leer prácticamente nada nunca.
Sin embargo, desde el pasado año 1450, nuestra valiosa labor se ve amenazada por un invento perverso de un tal Johannes Guttemberg, que suponemos es descendiente directo de Satanás. Con esa "imprenta", en cuestión de minutos, numerosos bastardos criminales son capaces de copiar libros enteros, y los muy hijos de perra luego los venden más baratos de lo que nosotros nos podemos permitir. Hay malnacidos que incluso tienen imprentas en sus casas, y copian impunemente libros, arruinando así nuestro negocio y nuestro modo de vida. Hay que tener en cuenta que tardamos días, incluso meses, en transcribir una obra, con lo que no podemos permitirnos bajar los precios. Estos demoníacos impresores nos están robando el pan de la boca. Son casi, diría yo, una nueva forma de piratas, como aquellos de los mares de los que se oye hablar.
Hay quienes dicen que deberíamos aceptar que nuestro modelo de negocio ha quedado obsoleto y que deberíamos adaptarnos a los nuevos tiempos. Tal vez incluso comprando imprentas y aprovechando la mayor difusión de los libros que permiten, por ejemplo con publicidad (no sabemos lo que es eso porque estamos en el siglo XV). Pero los que piensan estas cosas son también unos hijos de perra.
En lugar de eso, instamos al Su Majestad el Rey a que prohíba este sacrílego y malévolo invento, declare al tal Gutemberg enemigo del reino y castigue sin piedad a aquel que ose tener un libro que no haya sido escrito a mano.
Son muchas las voces que claman que si hacemos esto, estaremos frenando el progreso, e impidiendo que el mundo entre en una nueva era de cultura universal, pero nos la suda. Nosotros queremos seguir ganando dinero de la misma forma que lo estábamos ganando antes. Además, si no se frena esta locura de imprenta, los escritores desaparecerán para siempre, porque los artistas son seres tan simples, básicos y retrasadillos, que no serían capaces de hallar la manera de obtener ganancias con ese nuevo modelo. Además, qué coño, que nosotros lo sabemos todo y punto.
Atentamente.
Erasmo de la Escribequetescribe
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