Una maldición de odio y muerte


“Cómo sois los periodistas… cogéis una tragedia y obligáis al mundo a vivirla, la propagáis.”

Hideo Nakata sentenciaba con esta frase la conclusión última de su película Ringu (H.. Nakata, 1998), de la que fue remake la americana The ring (G. Verbinski, 2002). Minutos antes, en la película, nos encontramos con una secuencia que parece fuera de lugar, en la que la protagonista mira desde su balcón las ventanas del edificio de enfrente, para comprobar que todas las casas tienen la televisión encendida.


Naturalmente, todos nos quedamos con el argumento de esta cinta de terror, una de las mejores de los últimos tiempos, si no la mejor. Pero lo que Nakata pretendía transmitir con la película, se resume en esa frase con la que he comenzado, en labios del padre de una niña muerta que, tras sufrir una tragedia horrible en sus carnes, propaga su odio y su venganza en forma de una maldición mortal a través de cintas de video.

Si uno pone la televisión a la hora de las noticias, y más aún si tiene uno el valor de poner programas matutinos como Espejo público o El programa de Ana Rosa, en Antena 3 y Telecinco respectivamente, se encontrará un desfile de muertes, crímenes, maltratos y torturas, con todos los más jugosos y morbosos detalles sangrientos y sensacionalistas. Nos encontramos a “periodistas”, leyendo sumarios y archivos policiales, y remarcando con voz dramática cada detalle sangriento, y casi parece que están salivando, que disfrutan. Luego, la angelical presentadora dice “Es horrible…” y así se distancia el programa de lo que acaba de hacer ¡Claro que es horrible, Susana, no lo cuentes! ¡No es necesaria absolutamente para nadie esa información!

Da la impresión, según las informaciones que aparecen en los medios de comunicación, de que el mundo es un lugar horrible lleno de asesinos, violadores, pederastas y maltratadotes de los que estamos rodeados por todas partes. Y según la selección de noticias de estos programas, da la impresión de que esa gente con ideas malvadas es la que predomina en la sociedad.

Ni que decir tiene que no es así. Los trastornos, desequilibrios y circunstancias que llevan a personas a cometer atroces crímenes escasean, pero esta sobreexposición a esas noticias nos hace creer que es el pan de cada día.

¿Y qué efectos puede tener esta sobreexposición?

Por lo pronto, les damos a psicópatas con deseos enfermizos de popularidad, la seguridad de hacerles famosos si logran que su crimen sea de los más horripilantes. Pero esto no es el problema grave, ya digo, los psicópatas enfermizos que desean cometer crímenes atroces existen, pero son pocos.

El verdadero problema es la gente corriente, que tiene ya las muertes, torturas, asesinatos a niños, violaciones, etc., como algo cotidiano, diario. Se da un proceso de habituación, en el que estos sucesos horribles, que deberían despertar horror en el espectador, cada vez lo producen menos. Y esa activación de horror que tenemos las personas al conocer estas historias es necesaria, forma parte de nuestra conciencia social y de nuestros procesos de aprendizaje. Si perdemos las reacciones que se supone deben producir, estaremos negando un sistema que nuestro cerebro había concluido que era útil tras miles y miles de años de evolución.
 
Se pierde la inocencia, se niega la bondad del ser humano. Se pinta el panorama del mundo como un lugar hostil y peligroso, y la vida va degenerando en un “sálvese quien pueda”, que mantiene al gran público con miedo, y dispuesto a dar lo que sea con tal de calmar su miedo. Ese miedo se manifiesta en una ansiedad y en una inseguridad, y el espectador quiere conocer todos los horrores y todos los detalles prohibidos, escabrosos. El instinto primordial de conservación, nos hace a los humanos tener cierta obsesión con la muerte, ya que nuestro objetivo es evitarla, y sentimos una atracción, una adicción a estas imágenes e historias. No es que nos gusten, es que nos dan miedo, y no podemos dejar de mirar. Algo que expresó Alejandro Amenábar en otro gran clásico moderno, Tesis (A. Amenábar, 1996).

¿Por qué no interesan las buenas noticias? ¿No estaremos, como temía Nakata, propagando una maldición de odio y muerte a todos los hogares del mundo? ¿No estarán ciertos medios de comunicación, de forma lenta y progresiva, convirtiendo el mundo en lo que durante años dicen de él?

En la película con la que hemos empezado, esa niña, mientras su tragedia y sufrimiento se propaga por las televisiones, está encerrada en un pozo oscuro, sin que nadie vaya a rescatarla. Interesa más el horror, el miedo, la venganza. Mucho más que la tragedia en sí, la cual no hay intención de solucionar. Y si se soluciona, enseguida hay que buscar otra, mucho más sangrienta, mucho más morbosa. Y el círculo vuelve a empezar, como una maldición...

3 comentarios:

  1. El poder de los medios, la cultura del miedo...se intercalan los crímenes, el morbo, la miseria humana..mezclada con un poco de mala política, la ya asumida coyuntura de crisis devastadora y si da tiempo, o no ha sido suficiente con lo anterior, se nos presenta al conocido fantasma llamado terrorismo

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  2. Y claro, a esa mezcla grotesca que menciona Miranda, la suelen llamar "noticias" o "información", con lo que nuestra percepción de la realidad está modulada por la elección de basura que hace esta gente, y las personas vivimos con una distorsión increíble de lo que es el mundo y lo que son los seres humanos.

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  3. Voy a compartir porque me parece tan cierto y tan verdad. Yo me niego a ver televisión y sobretodo las noticias y los programas mencionados antes por ti. Me resulta indignante ver como hablan de números de muertos con la misma entonación en la que repasarias la lista de la compra. Y esq no me puedo creer que en un mundo tan grande no pasen cosas buenas. Carolina.

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